NICANOR MARCANO “CANÓN”. MÍ “GÜELITO” CON BUTRÍA Y MUCHO AMOR.
Por: Alí (Alicito) Marcano Velásquez
Hablar de Nicanor Marcano
Rivero, “CANÓN”(+) como popularmente se le decía y conocía en todo Maco arriba y
Maco Abajo, es evocar un sinfín de recuerdos que van desde mi infancia hasta mi
adultez. Es recordar a un hombre alto, de tez morena, pelo blanco liso peinado hacia atrás; como rasgos descriptivos
de la fusión en él del negro y el indio. Hombre de caminar firme, con cuerpo
estilizado y atlético, imagino, que esta condición física estaba dada por la multiplicidad de trabajos que realizaba
y el ejercicio que éstos llevaban implícito. Imaginármelo hoy, es recordar a un
hombre de cara recia que contrastaba con sus tiernos sentimientos y un corazón
que a su manera desbordaba de amor. Amor por güelita: Jacinta Brito (+), su
compañera de toda la vida. Amor por paíto (Alí Marcano Brito +), su único hijo
biológico y por mi tío padrino (Víctor Marcano
Brito +), a quien igual consintió como su hijo también de su sangre; amor por sus
nietos y nietas. Me atrevo a decir que contrastaba con su amor por la vida.
Amor que expresado en su rol como compañero, padre y abuelo, también se
manifestaba en su hacer cotidiano en su condición de campesino que labraba la tierra
y ordeñaba sus vacas, haciendo el zapato, buscando la leña, realizando su faena
como ayudante de albañilería, cuidando sus gallos de pelea.
A parte de estos trabajos,
Canón desarrolló también la habilidad de
sobar dolencias musculares y huesos rotos. Un habilidad que tenía en Margarita
una profunda tradición y existencia. Colaboró en El Maco y muchos dedos “descompuestos” y tendones inflamados supo llevar a sus lugares.
Güelito Canón, fue uno más de tantos maqueros, de estirpe laboriosa que el trabajo
forjó en su tiempo. Sí, güelito fue campesino, zapatero, ayudante de albañilería,
sobador de huesos, gallero, incursionó por corto tiempo como obrero en la industria petrolera en el
Zulia, buscó leña para Juana la de
Chepina; fue uno de los trabajadores preferidos para cavar los pozos sépticos
(Mucho antes que la pareja de “cova huecos” llagara al Maco desde Juangriego),
cuando las familias en El Maco se adentraron en la posibilidad económica e
higiénica de sustituir los escusados (Letrinas) por las salas de baño. Canón era
uno de los pocos abuelos a los cuales, muchos padres le confiaban y le daban la
orden de cuidar y reprender a sus hijos, si los sorprendía haciendo travesuras
en esa gran guardería de muchachos y muchachas con marcada inocencia que era El
Maco, allá por la década de los años 70 del siglo pasado.
Güelito Canón era un hombre con
Butría (palabra margariteña que implica fuerza, reciedumbre, fortaleza), que
con ingenuidad escondía su ternura y amor para irradiar cierto temor a su
presencia; pero no escatimaba en lo absoluto la más mínima fibra de su
sensibilidad para expresar su vibrantes sentimientos de esposo, padre, y abuelo
querendón y cuidador de los suyos no solo cuando pequeños, sino también ya
después de grande.
Hay una diversidad de momentos
que como reseña fotográfica se exponen en un multifacético collage en mi
memoria. Momentos que hacen afirmar la dureza, la butría de un hombre
querendón, protector con mucho amor. Y no es que quiera decir que güelito fue
perfecto, que no cometió errores, o que no pudo tirar su canita al aire cuyos
celos en güelita confirmaban su furtivo vuelo por los predios de Maco abajo (de
esto no digo más), o que como todo ser humano tuvo sus desvaríos y
contradicciones en ese amplio y complejo proceso de socialización que implica
la vida en comunidad. Así como tuvo sus diferencias y bravuras con güelita,
desacuerdos con paito, y nos dio nuestros merecidos regaños; imagino igual tuvo
sus desavenencias con sus hermanos y hermanas a quienes recurrentemente visitaba.
Güelito hacía hermandad con Severa quien era esposa de Nicolás Maza (+), con Tomasa (+) esposa de Amador Velásquez (+), con Pedro Marcano (+) esposo de Nasaria (+), hermano de
Justa (+)quien fuera la esposa de Félix Quijada (+) y hermano de José Marcano (+) esposo
de Ana Dolores (+). Quiero entonces recordar los buenos momentos y aquellos no tan
buenos que marcaron de algún modo lo bueno, aun en la adversidad, que fue Nicanor Marcano Rivero “Canón”; dar cuenta
del hombre que fue Canón, desde lo bueno que es ser nieto de mi güelito.
Canón fue uno de los últimos
hombres que cantó LO, LO, LÓ en el Maco. Recuerdo muy bien como me guiaba en la
fila de hombres que en hombros cargaban
los sacos llenos de mazorcas desde su conuco en el Cuchivano rumbo a su
casa en el Rincón, ubicada al lado de la
casa de Alcides Guerra (+); yo también cargando un pequeño saco hecho con tela de
hamaca que tío padrino vendía, con él, con güelito encabeza esa fila. En el
canto de ese Lo, Lo, Ló me aprendí una de sus famosas composiciones que lo
identificaba en cualquier faena (cayapa) que por la recolección de las cosechas
de maíz se entonará el canto maquero de Lo, Lo Ló, y por la que güelita siempre
sonrojada le decía luego “Madre Nicanor y tuviste que cantar eso de la pepita”.
Cantaba güelito: “Ayyy Lo, Lo, Ló… una mujer sin pepita. Ayyy Lo, Lo, Ló…
cuanto puede valer. Ayyy Lo, Lo, Ló… una
chipita pa gueler”. Güelito me llevaba al cerro de la Gloria y la Pachaca a
buscar leña para vendérsela a Juana la de Chepina (+). Su haz de leña lo pagaba
Juana a real (0,50 céntimos) y medio (0,25 Céntimos), por el pequeño “bojote”
de leña que yo cargaba compuesto por trozos de madera delgada y liviana que con
todo cuidado güelito me seleccionaba, Juana me daba medio. En sumatoria todo
ese trabajo se resumía en una moneda de un bolívar (100 Céntimos), que no
administraba güelito y menos yo; güelita era quien luego “administraba y
distribuía los panes”. Tal vez de ese poco apego al dinero que güelito tenía,
tal vez de ese ejemplo de desprendimiento me viene mi desinterés por las
cuentas y el valor del dinero.
Güelito era capaz el solo de
mezclar un “terceo” (Tres carretillas de arena, tres de granzón o piedra picada
y dos sacos de cemento) para brindarle a Moya (El papá del Negro de Delia) el “material”
para llenar columnas o levantar cualquier otra construcción. En una oportunidad
en casa de Rosa la de Domingo Salazar, esposa de Simón Marcano, yo vi a güelito
a pala y pulmón limpio hacer una mezcla homogénea de esos materiales que al ser
mojados se dificultaba “palearlo” y aumentaba su peso; la butría allí brillaba
en güelito. De igual manera brillaba en los momentos en que tenía que bajar por
dos largas escalares empatadas, atadas cuidadosamente, a una profundidad de 5
,6, 7, 8, 9, 10 metros cuando cavaba los pozos sépticos. Recuerdo que en la
casa donde vive Sebera la de Pepito con Carlos Félix, al lado de la casa de
Rosa Salazar de Marcano (+), donde antes estaba la casita de bahareque de Juana la
de Chepina (+), güelito allí trabajo cavando el séptico que midió más de 10 metros
de profundidad.
Ayyy güelito, mi güelito… ir
con él al conuco significaba siempre saborear un huevito de sus gallinas
criollas, que me daba a tomar crudo, y que yo disfrutaba el hacerlo; tal cual
como hoy disfruto repetir con mi nieta Isabel Cristina del Valle tan inusual
acto abrumador de amor y cuido alimenticio. Juntos nos tomamos cada quien un
huevito criollo de las gallinas del patio de la casa donde vivo. “…está rico
güelo...” me dice Isabel, haciendo que en un acto mágico me transporte, con su
tierno y sincero decir, al conuco de
güelito, sintiendo y reviviendo ese amor de mi guelito Canón. Ah y como también
tenía su vaquita, beber leche recién ordeñada era un complemento nutricional
conuquero que él me garantizaba.
De ese Canón trabajador querendón
y cuidador, aprendí que un “castigo” con reciedad, aplicado con la racionalidad que implica
corregir una mala postura conductual, nos hace ser mejores seres humanos en el
respeto, la responsabilidad, la obediencia sin sumisión y porque no decirlo, en el amor hacia quien
te enrumba por el buen camino sin el funesto maltrato y la generación de trauma
psicológico alguno. Güelito en una oportunidad, la única que paradójicamente
con amor a él recuerdo, castigó a Jacintico (mi hermano) y a mí de manera bien significativa. El motivo…,
ya saben, desobediencia y travesuras de muchacho. Llegó güelito a la casa y nos
dijo: “Dos “lambriaos” nada más le voy a dar a cada uno”. Así fue, fueron solo
dos y nada más que dos a cada uno, sumando solo y nada más que cuatro lambriaos
(Correazos) propinados solo y nada más que solo en las piernas. Sacando su correa
del pantalón hizo lo propio conmigo y Jacintico, el llanto no se hizo esperar
sentados prontamente cada uno en una silla en medio de la amplia cocina, luego dando la espalda con voz fuerte y sin titubeo
alguno nos dijo “… mañana los quiero a las 7 en el conuco…”. Efectivamente ese
petitorio se cumplió a cabalidad al día siguiente, para en el conuco luego
recibir su bendición, su amor y cuido de abuelo querendón. Güelito era temido
por esa gran guardería que era el Maco. Ver su figura venir machete en una mano
y en la otra una larga y muy delgada varita, despuntar con su sombrero y su
ropa de color “kaqui”, con un andar ligero desde el Cuchivano hacia la cancha,
era también presenciar como los grandes y los menos grandes que allí estaban
jugando se atomizaban en carrera en diferentes direcciones gritando “…allí viene
Canón…”. Si la debías la temías, y si ya tu papá había autorizado a Canón para
corregir tu desviada conducta, correr era la única salida a no ganarte tu
regaño y hasta tu lambriao. Ese era guelito, amoroso, pero recto en su
condición de ser y hacer buenos ciudadanos.
Muchos muchachos y también
gente grande maquera y de otros pueblos cercanos, en esos tiempos de los años
70 se sobaron un dedo, una muñeca o una rodilla descompuesta con Canón. Para hacerlo,
solo tenías que estar como un santo estático en su nicho. O haber sopesado la
posibilidad de sucumbir en las manos femeninas de la Sra. Lola (+), que vivía
frente al Bar Foco Verde de Horacio Valderrama (+), que también sobaba y no por ser
femenina era menos rigurosa en el sobado. Solo que la mano callosa de güelito y
su reciedumbre hacían al más pintado pegar sus gritos y retorcerse del dolor
hasta que se oyera el “trac” que indicaba la cuerda fue desmontada o el hueso
había llegado a su lugar. El pasote triturado en conjunto con sal y ligado con
un poco de “aceite de comer” (Aceite vegetal) o de mantequilla era lo recetado,
por güelito Canón, para bajar la hinchazón, también la colocación de un
“Cachipo” (Corteza seca de la mata de cambur) mojado con ron, amarrado bien ajustado en la zona afectada. Yo ni
tonto ni perezoso fui donde Lola.
Güelito siempre estuvo
pendiente de nosotros, su condición protectora afloraba en cualquier momento
que él consideraba era necesario. Si paito estaba tomándose unos tragos o
jugando cartas donde Balliyo o en el bar de Estebita, o yo estaba en el bar de
Baldomero (+) que su hijo Viviano (+) atendía, cerveza en mano, tambaleante frente a la
rokola escuchando la canción “vendaval sin rumbos” interpretada por Javier Solís;
su voz retumbaba en el bullicio: “Vamos chico para que te acuestes… ya está
bueno…”. Se quedaba allí a nuestra espera para luego escoltarnos hasta la casa.
Así era Canón de cuidador y protector.
Yo nunca vi a güelito ebrio. No
era aficionado a los tragos de larga duración, si a una buena mascada de
tabaco. Como también lo era a las peleas de gallo; tenía bajo su cuido varios
gallos de pelea. Dedicaba tiempo con una tijera a darle un corte particular a sus
plumas (Repelaba), daba baños de ron curtido con un arbusto conocido como pata
de gallina, los topaba (entrenaba con otros gallos en cortas peleas cubriendo
con tela las afiladas espuelas), los colocaba en una tensa cuerda para que
agarraran fuerza en las patas y ni hablar del cuido de su alimentación. Las
galleras de “Chago” (+) en la población del Cercado y la del popular Balliyo en El
Maco, eran sus predilectas. Era característico y muy particular de güelito
verlo los domingos con su gallo en brazos y un pañuelo con un nudo en sus
cuatro puntas, ajustado al tamaño de su cabeza sirviendo de gorro protector de
los rayos del sol. Me consta porque en una oportunidad me llevó a la gallera
del cercado. Esa imagen con su pañuelo con cuatro nudos colocado en su cabeza,
yo igual con otro en la mía, montado de caballito sobre sus hombros, con su
gallo en brazos, caminado hacia El Maco estando a la altura de la “Conucada” (Predios del amplio conuco
que hoy trabaja y administra Anastasito, nieto de Quintina Valderrama +) no se me olvida.
Como nunca se me olvida que soy
su nieto y doy gracias a su genética amorosa, de rectitud en su comportamiento
ético y solidario. Que hacen de Canón un icono que forma parte de la
geohistoria del Maco, una geohistoria rica en historias de vida cuyos ejemplos,
recuerdos y anécdotas estamos en el deber de rescatar y dar a conocer. Cuantos
abuelos como Canón habitan en cada uno de nosotros y nosotras, con sus errores
pero también con sus acertadas decisiones y consejos, con sus mimos y
querencias. Algo de ellos ha de correr por nuestras venas; mucho de guelito
Canón corre por mis venas.
Gracias “Canón”, por tu butría
y mucho amor, por tus ejemplos y enseñanzas, por tu genética para llegar a ser
lo que somos.
Desde mi lugar de residencia en
el Sector La Sabana de La Soledad. Municipio Mejía del Estado Sucre y desde mi
pasión por ser maquero, agradezco a Museo Virtual El Maco, la oportunidad de comunicar mi amor
por mi “Guelito Canón”
31-01-2019 siendo las 7:24 am.
Alí (Alicito) Marcano
Velásquez
NOTA del administrador del Blog: Los sábados era el día de topar gallos. Era parte del entrenamiento de los gallos de pelea y recuerdo que en el Rincón del Perro se reunía Domingo Salazar (+), José Marcano (+), Canón y mi abuelo Evaristo (+) entre otros muchos a topar gallos. Ahí le oía a Canón y a mi abuelo: Vamos vergajo, pica vergajo. Cada uno apostando a sus pollos o gallos.
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