Isabel Bastardo:
¡Una Mujer de Fogón!
Por:
Evaristo Marcano Marín
Las
veces
que iba al El Maco a pasar unos días de vacaciones, tenía interés en
conversar con ella, porque sentía la necesidad de intentar hacer un
recorrido
histórico del pueblo a través de sus ojos y recuerdos. Puede conversar
con
ella de ese tema un par de veces sobre sus vivencias y de cómo llegó a
El Maco. Desafortunadamente, la libreta donde anoté o escribí
parte de lo que me contaba la extravié. Lamenté mucho la perdida de esas
notas,
pero desde ahí, me quedó la impresión de hacer un esfuerzo por
reconstruir la
historia de El Maco a través de los ojos y voces de mucha de nuestra
gente, que ya no va dejando y otros que ya nos dejaron.
Alguien
puede
objetarme esta opción de reconstruir parte de nuestra historia con la
visión de Isabel, porque ella llego al El Maco cuando tenía en su
vientre a su única
hija y ya El Maco había andado en su historia.
Si ese fuese un cuestionamiento a este intento, cabe perfectamente, pero
la única
persona más cerca de casa era la señora Isabel y como siempre pasaba a
saludarla, veía en ella a una mujer que vivió trabajando toda su vida.
Pero
esa idea de reconstruir nuestra historia es viable, aunque se va perdiendo
porque nuestros viejitos y viejitas ya van cerrando su ciclo y toda esa información
se queda sin registro.
Isabel
Bastardo,
no siendo auténticamente maquera; es decir, no habiendo nacido en El
Maco, fue una mujer especial, como todas nuestras viejas y nuestros
viejos. cada uno de ellos y ellas tiene un retazo de la vida del pueblo.
La última vez que hable con ella, ya tenía más de cien años y me habló de lo cansada que se sentía. Me acuerdo que me asomé a la puerta de su casa y se encontraba acostada en una silla de extensión. No podía verme porque estaba de espaldas a la puerta de su casa, pero aún así, con ese montón de años encima y sin oír con frecuencia mi voz, respondió a mi saludo con una afirmación que no dejaba dudas sobre su lucidez: eres “evaristico”, el hijo de Evangelista.
La última vez que hable con ella, ya tenía más de cien años y me habló de lo cansada que se sentía. Me acuerdo que me asomé a la puerta de su casa y se encontraba acostada en una silla de extensión. No podía verme porque estaba de espaldas a la puerta de su casa, pero aún así, con ese montón de años encima y sin oír con frecuencia mi voz, respondió a mi saludo con una afirmación que no dejaba dudas sobre su lucidez: eres “evaristico”, el hijo de Evangelista.
Isabel
Bastardo
no es un caso, que se pudiera utilizarse como un “icono” o referencia
de la mujer Margariteña, porque esa calificación, puede conducir a una
mala
precisión o considerar que mujeres como Isabel
son una rareza, cuando en realidad, estas viejitas abundan en la isla y
son parte de un patrimonio. Isabel Bastardo fue exactamente como otra
viejita mujer de su época. No había espacio para otro cosa, que no fuera
para el
trabajo en el fogón. Desde mi niñez, trato de verla en algún sitio del
pueblo y estoy
completamente seguro, que no es fácil recordarla caminando el pueblo. Su
sitio
y su lugar fue siempre el trabajo al pie del fogón, realizando todas las
actividades que significaba la preparación de los Chorizos y las
empanadas
que en la tarde vendían los niños más
pobres del pueblo. En términos de la economía moderna; la Señora Isabel
generaba también sus empleos indirectos y muchos niños se ganaban su
papa y algo más.
Ni
aún
haciendo memoria de las fiestas del pueblo, puedo lograr ver a la
señora
Isabel dando un paseíto por el pueblo. En esos días que por lo general,
la
gente suele volcarse a las calles, no dejo de ver a la señora Isabel en
su casa, cuando es esa fecha de la fiestas de nuestro patrón San
Lorenzo, la salida a la calle era casi obligada. Apenas logro verla en
el recuerdo, asomando la cabeza desde
la puerta de su casa para saludar la pasada de la procesión de San
Lorenzo.
Toda
su
vida, hasta ya pasado los cien años de edad, su única forma de vida se
concretaba en el trabajo.
Fue una mujer incansable y aún desde ese trajinar de un lado a otro del
fogón
para mantener viva el calor que le daba sentido y sustento a su vida.
Sus vecinos y vecinas eran parte de su preocupación, aún en las cuatro
paredes de su fogón, siempre tenía tiempo para preguntar por las
familias que estaban cerca, pero que
su incasable entrega al trabajo no le daba tregua para una visita.
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